La
ciudad de Caracas –vista desde un mapa− aparenta ser pequeña, y su extensión en
metros lo demuestra. Sin embargo, una cosa es lo que se ve desde afuera y otra
lo que se vive dentro de la urbe. Vivir en una ciudad relativamente modernizada
implica estar rodeado de lo que la modernidad significa: edificios imponentes,
estilos arquitectónicos variados y de renombre, comercios exhibiendo sus
mercancías tras vidrieras incitando a la flanería de la que habló Julio Ramos,
entre otros aspectos.
En
fin, a lo que quiero llegar es que una ciudad físicamente pequeña como Caracas
pero con una noción de modernidad es mayor y más importante que cualquier otra
ciudad enorme pero sin un toque de esa magia que hace grande a una urbe, sin un
toque de esa globalización de la que hablaba el argentino García Canclini, sin
la llamada modernidad.
Precisamente
el antropólogo argentino ofreció una visión bastante acertada de lo que es una
ciudad latinoamericana moderna en su obra “La
globalización imaginada” (1999). Allí describió “los requisitos”, o más
bien las características necesarias para figurar como una ciudad moderna, entre
las cuales resalta la globalización que ya mencioné. Esa globalización
transforma a las urbes en “no lugares”,
es decir, ciudades compuestas por fragmentos diversos provenientes de las
relaciones locales, nacionales y transnacionales.
Caracas
posee esa característica de ciudad global; los diferentes estilos
arquitectónicos, corrientes de pensamiento y razas que convergen en ella lo
demuestran fácilmente, lo cual implica a su vez que vivimos en un “no lugar”.
Esa ha sido una afirmación que, ciertamente, es sencilla de hacer para
cualquier habitante de la capital venezolana con alguna noción sobre el tema.
Existen
muchos lugares que pueden ser detallados y analizados con gran profundidad
dentro del territorio caraqueño pero hay un caso en particular que atrajo mi
atención totalmente; hablo específicamente sobre la comunidad que vive en el
pueblo de El Hatillo (véase imagen 1), ubicado en el municipio El Hatillo
correspondiente a uno de los cinco municipios que componen a Caracas.
Imagen
1:
Pueblo de El Hatillo
¿Un
pueblo dentro de una ciudad?, ¿es eso posible?, ¿contradigo lo que expliqué
antes? Pues sí, existe un pueblo dentro de las delimitaciones de Caracas y
precisamente expresa el asunto de la modernidad en gran medida, lo deja
clarísimo; es la representación explícita de un “no lugar”.
En
un principio esa área fue un pueblo y los registros históricos esclarecen ese
punto. Posteriormente inició un proceso de evolución del territorio perteneciente
al municipio El Hatillo en sí, pero el casco central −que es donde ubicamos el
pueblo−, se mantuvo con su aspecto pueblerino: conservó sus casas de un piso
con grandes ventanas, techos de tejas y acabados que recuerdan los diversos
poblados de nuestro país. Sin embargo, la modernidad fue “invadiendo” poco a poco
los humildes espacios del pueblo hatillano, aunque sus habitantes más
tradicionales se resistían a ello pues poseían –de hecho aún poseen− una
idiosincrasia muy marcada con lo que consideran su hogar.
El
zarpazo de la modernidad −con el paso del tiempo− convirtió al pueblo de El
Hatillo en una especie de parque temático que exhibía los rasgos de la
arquitectura pueblerina, aspectos generalmente insólitos para los habitantes de
las demás partes de la ciudad. Aprovechando ese hecho se desarrolló una estrategia
económica en el lugar: nacieron restaurantes y tiendas de diversos tipos las
cuales atrajeron, atraen y atraerán al público visitante. Con esto, otro acto
de modernidad se hace presente en el pueblo hatillano; ser turista en tu
ciudad, es decir, flanear. Todo lo hecho en el pueblo cuando se va al plano
arquitectónico se regía, obviamente, por el aspecto descuidado, humilde y
antiguo que se debía conservar para exhibirlo a los otros caraqueños, exceptuando
algunas estructuras que rompen con la apariencia añeja del lugar y responden
directamente a la globalización de García Canclini.
La
fusión entre la modernidad y el aspecto anticuado del pueblo de El Hatillo es
algo que salta a la vista. Es llamativo mirar una casa con una gran ventana que
responde a la apariencia de pueblo que se intenta transmitir y justo al lado de
dicha ventana un cajero electrónico (véase imagen 2). Resulta que esa “casa de
pueblo” es una entidad financiera −un Corp Banca−, así como resulta que esa
librería, generalmente de grandes dimensiones y siempre presente en centros
comerciales, conocida por todos como “Las Novedades” es representada por una
pequeña estructura blanca, con su respectivo techo tejado y un modesto letrero
de letras doradas.
Imagen
2: Contrastes
Todo
lo anterior es, cuando menos, curioso. Sin embargo, hay algo aún más curioso,
quizás el punto más importante que tocaré; me refiero a la identidad de los
sujetos urbanos. El pueblo de El Hatillo no pasó a convertirse en un centro
comercial sino que mantuvo sus áreas residenciales. Los habitantes de dicho
lugar se sienten identificados con lo que los rodea, para ellos la ciudad es
ese espacio en el que se encuentran pero para mí es bastante raro identificarme
con sitios chapados al estilo pueblerino.
La
ruptura existente entre lo que identifica a unos y a otros es evidente;
definitivamente mi ciudad –la ciudad que vivo− no es la misma que la ciudad
vivida por un hatillano; mi ciudad no es igual a la suya.
Los
habitantes del pueblo hatillano pueden hasta sentirse modernos con lo que
tienen y el estilo de vida que han desarrollado; al recorrer el centro
comercial Paseo El Hatillo (véase imagen 3) su espíritu moderno debe aflorar en
su máxima expresión, o cuando van a “Las Novedades” a comprar un libro. Ellos
viven su ciudad de esa manera, así como yo vivo la mía a mi manera. Son dos
formas diferentes de convivir con la ciudad que vienen dadas por la identidad
de cada quien y por los aspectos que han compuesto sus historias personales.
Imagen
3:
Contrastes (la estructura del fondo es el C.C. Paseo El Hatillo)
Esa
clase de diferencias no están mal, pero en Caracas se observan varios núcleos
poblacionales que dividen a la ciudad en varias ciudades. La experiencia urbana
de un núcleo diverge notoriamente de las experiencias de todos los demás, lo
cual no es un pecado hasta que inicia un proceso de segregación mutua; cada
núcleo discrimina al otro por una u otra razón, todo eso crea un ambiente
enrarecido y conflictivo entre los habitantes de la ciudad. Los núcleos de los
que hablo suelen mantenerse en un lugar específico el cual determina su “rango
de acción” y además fija una manera de pensar en las personas que la componen.
Esas barreras se rompen al recorrer cada uno de los rincones de la ciudad, al
conocer a la demás personas, al vivir verdadera y completamente nuestra Caracas.
Cuando
ya no hay barreras discriminatorias entre los sujetos urbanos, la diversidad −además
de los necesarios y obligatorios aspectos económicos, arquitectónicos y
políticos−, es lo que engrandece a una ciudad, es lo que le da ese toque mágico
a las urbes contemporáneas. Es esa diversidad lo que la modernidad conlleva, es
algo intrínseco a ella y lo que nos hace –como decía Martí− “poseedores de lo
hermoso”.
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