domingo, 15 de julio de 2012

Cronicas de mi viaje Por Irene Hermosilla


Era un sábado como cualquier otro, solo un soleado y caluroso día al igual todos los demás, lo que no sabía es que al finalizar este tendría una percepción acerca de Caracas un poco diferente a la que ya tenía con anterioridad pero eso lo comentaré después. Mientras mi familia se despertaba y se preparaba el desayuno para empezar a hacer los quehaceres del día yo me arreglé y tomé mi bolso para partir hacía mi destino. Salí de mi casa muy entusiasmada para subir hacía Caracas realizando la rutinaria travesía que toda persona que vive en una ciudad dormitorio como lo es Guarenas debe efectuar para llevar a cabo sus diligencias, cosas como caminar hacía una de las muchas paradas que tienen como destino Caracas, hacer la cola de los autobuses que cada día aumentan más sus precios y preguntarse qué eventualidad ocurrirá durante el viaje en la Autopista Gran Mariscal de Ayacucho o si sólo será la típica subida zigzageada para evitar no caer en la gran cantidad de baches o raspados que en esta hay.

Afortunadamente esa mañana no ocurrió nada relevante y llegué a La California sin ningún problema, tomé el Metro para bajarme en la estación de Altamira donde debía encontrarme con una prima que me acompañaría durante el recorrido, en seguida tomamos un bus de TransChacao que nos dejó cerca de la entrada de la ruta Sabas-Nieves, luego caminamos hacia esta donde pasamos por un túnel decorado con murales que tenían como temática la naturaleza, una cosa que pude notar es que se encuentra justo debajo de la Cota Mil, es increíble creer que debajo de esa avenida por la que solemos transitar normalmente se encuentre un camino que te lleve a vivir lo opuesto a cuando se está atrapado en una de las colas interminables que se hacen en las horas pico; luego de pasar por allí se nos realizó el chequeo de costumbre por parte de los entes policiales que allí se encontraban y comenzamos la subida.

Al principio de la ruta llamó mi atención una pequeña planicie con grandes árboles que formaban una suerte de túnel vegetal pero más que eso fue la sensación de tranquilidad que me invadió, no podía creer que realmente estaba en Caracas, esa ciudad caótica, ruidosa, desorganizada y sucia en donde siempre está ocurriendo algo importante o controversial, eso me hizo ver claramente una de las importantes funciones que desempeña tan imponente montaña aparte de adornar, embellecer y caracterizar la ciudad como lo es darnos un escape, una bocanada de aire fresco del ajetreo diario, de la contaminación, de la inseguridad pero más que todo de la rutina. En este sitio no existen las preocupaciones que normalmente se tienen cuando transitas por las calles como los mototaxistas, el estado del tráfico, evitar no chocar con los miles de ciudadanos que como tú se dirigen a hacer sus labores y la persistente sensación de paranoia que posee cualquier ciudadano con respecto a lo que le rodea, esta vez son solo el camino y tú.

A medida que avanzaba, el camino comenzaba a hacerse más empinado y más despejado pero siempre manteniendo una considerable cantidad de vegetación, éste se tornó rojizo y un tanto arenoso, era ancho y poseía grandes piedras en algunas partes que estaban muy erosionadas no sé si por las lluvias que las han azotado o si es por el paso de los centenares de personas que suben a diario por esos caminos a hacer ejercicio o simplemente para disfrutar de la actividad y  la vista que esta les ofrece.

Esto para mí fue claro ejemplo de que la ciudad no es sólo percibida como un conjunto de calles, avenidas, centros comerciales y demás, que en esta la naturaleza tiene un rol protagónico, algo que jamás había tomado en consideración. Al transitar por la ciudad uno sí observa una gran cantidad de vegetación pero yo percibía  esto como algo normal, no fue hasta ese momento que me di cuenta que esta característica es algo que convierte a Caracas en una ciudad única porque me pongo a comparar las descripciones y el imaginario que tengo de ciudades como Nueva York o Londres y lo más que resaltan son sus rascacielos y los panoramas de sus estructuras arquitectónicas más que todo y luego observas tu ciudad y una de las cosas que son más resaltantes a la vista es su geografía y la naturaleza, en ese momento recordé uno de los textos publicados por Gabriel García Márquez titulado “Memoria feliz de Caracas” en la que menciona que esta ciudad conserva todavía en su corazón la nostalgia del campo, que en las tardes de sol primaveral se oyen más las chicharras que los autos, no fue hasta ese preciso instante que entendí a qué se quería referir el autor y es claro que esta ciudad está modelada en función de la majestuosa geografía que poseemos, no hay que ir muy lejos para observarlo, en el mismo pie de esta montaña podemos ver cómo los barrios y las urbanizaciones suben y bajan con las colinas como patrón.

Luego de ya tener como 15 minutos de estar caminando y en algunas partes escalando el camino, tomando uno que otro descanso para recobrar el aliento, llegué a lo que yo considero una de las mejores vistas que tiene y tendrá Caracas porque se puede observar una gran parte de ella, una actividad que comúnmente no se podría llevar a cabo siendo un transeúnte ya que de esta manera vamos a lugares muy puntuales de la ciudad, por lo que cuando se está parado allí podría decir que se observa lo inobservable, aquella ciudad en la que laboras, estudias y vives en su totalidad prácticamente, algo que no es fácil de describir o delimitar pero lo estás viendo claramente, está allí enfrente de ti.

No ves las típicas imágenes que observas en propagandas de Caracas donde aparece la estatua de María Lionza, la Esfera Caracas o el mismo cerro El Ávila, ese pulmón vegetal en mitad del desastre que es Caracas, siempre espectador de lo que sucede en ella. No, esta vez es El Ávila, esa gran montaña tan icónica la que te permite ver y ser espectador de la ciudad, siempre activa y en movimiento. Se percibe a Caracas en su máxima expresión, esa Caracas que sabemos que existe por lo que hemos observado en las noticias, periódicos o hemos escuchado en alguna historia pero jamás hemos visto con nuestros propios ojos, el Ávila te ofrece esa visión, lejana pero siempre actual de la ciudad haciéndonos conscientes de que esta va más allá de lo que conocemos, de lo que escuchamos  y de lo que vemos, que siempre habrá algo más, un pedacito de esa gran ciudad que no sabremos que está allí esperando por nosotros para ser conocido.

No es un secreto para nadie que vivir y transitar por una ciudad es una tarea agobiante y que los males de esta rutina nos vuelven un tanto insensibles acerca de lo que ocurre fuera del ámbito que solemos recorrer, pocas veces en el camino nos detenemos a observar lo que nos rodea ya que vamos enfocados en lo que se debe realizar y de no llegar tarde al lugar, por esa razón este viaje me pareció una práctica tan gratificante porque no tenía un objetivo en específico me podía permitir llegar hasta donde mi aptitud física y mi voluntad me lo permitiera y no tenía un lapso de tiempo estimado para hacerlo. En un momento me detuve a pensar que uno de los nombres que se le otorga a el Ávila no puede ser más acertado y este es el de “Ávila mágica” y su magia no reside en estar ahí adornando nuestra ciudad sino, por el contrario, permitirnos observar desde otro ángulo a Caracas, despojada de la corrupción, la delincuencia, los debates tanto económicos como políticos y todas las situaciones cotidianas para permitirnos decir “Que bella es la ciudad en la que vivo”, por lo que para mí una imagen tomada desde la ciudad teniendo como fondo el paisaje del Ávila no dice tanto como una imagen tomada desde el Ávila hacia la ciudad acerca de que es esta.

Luego de esto continué mi subida con normalidad, haciendo una que otra broma con mi prima acerca de las personas que subían por el camino, hasta llegar a la parada de Inparques donde llenamos con agua nuevamente nuestros potes, nos comimos un helado y descansamos unos minutos para comenzar esta vez el descenso de la montaña acerca de la cual no volvería a tener la misma visión que tenía antes de llegar allí.

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