La vida en una ciudad es muy compleja, se
puede percibir de muchas maneras. Se pueden pasar muchos años viviendo en ella
y no sentirse parte de ésta. Por el contrario, es posible llegar a un lugar y al
instante sentirse muy a gusto y ya estar identificado. Esto viene dado por cómo
el sujeto percibe su propio entorno, depende también de cómo se sienta
identificado, es decir, qué elementos le producen identidad. Esos lugares que
producen identidad pueden ser muy variados, incluso encontrarse en la mente del
sujeto; está el espacio geográfico, que es uno de los principales elementos
productores de identidad, tal como El Ávila en Caracas. Están también los
bulevares, las plazas, los paseos, la forma de caminar y actuar de las
personas, básicamente donde se esté en contacto con los demás ciudadanos.
Caracas sería totalmente distinta sin El Ávila, sin los barrios, sin la
exorbitante cantidad de automóviles, los embotellamientos, etc.
Otra de las características fundamentales
de una ciudad moderna es el tiempo con el que se percibe. Si bien no es el
mismo tiempo para todos los habitantes, hay algo en común, y es la
vertiginosidad con que se vive la ciudad, todo está cronometrado, todo tiene
que ser hecho rápido, aquel que no está en un constante apuro, simplemente, no
es de aquí. Esta vertiginosidad es una de las características fundamentales de
la modernidad, donde todo sucede tan rápido que cuando apenas se está empezando
a acostumbrarse, súbitamente ya todo cambio de nuevo para una realidad muy
distinta, cada vez, todo va quedando obsoleto mas y mas rápidamente. Hasta que
quizás, y muy probablemente, lleguemos a un momento en
que, comprando un
teléfono celular (o algún artefacto similar), cuando ya estemos pagando por él,
sale al mercado uno más nuevo y mejorado que ese modelo obsoleto que íbamos a
comprar. Todo sucede tan rápido que a veces es imposible darse cuenta de lo que
sucede.
Uno de estos lugares que sirven para crear
ese imaginario local del ciudadano es la plaza Alfredo Sadel. Teniendo la Av.
Principal de las Mercedes de un lado y los muchos edificios que la rodean, la
autopista no muy lejos, es imposible no sentir que se está en una ciudad. En
este espacio se pueden apreciar unas esculturas de un gran tamaño, que hacen de
este lugar un sitio único. La plaza es usada regularmente para la fanaticada
del futbol que se reúne a menudo a ver los juegos de la Vinotinto en una
pantalla gigante, o algún otro juego importante. Este es un espacio que produce
integración entre los habitantes. No importa el color de piel, ni la condición
económica, ni la creencia política. En ese lugar todos son habitantes de la
ciudad por igual, todos son partidarios de la Vinotinto. Las personas que
frecuentan ese lugar se sienten identificadas con la plaza, ya esa plaza forma
parte de su imaginario local. En este lugar, junto con toda la ciudad se puede
observar esa percepción de distintos tiempos según los diferentes habitantes. Si
bien está justo al lado de una avenida congestionada, donde ni bien el semáforo
se tornó verde y ya los conductores, desesperados, empiezan a sonar sus
cornetas para que los carros de adelante avancen, también se puede ver como hay
personas que tienen un tiempo que transcurre un poco más despacio, que van a la
plaza a caminar, a despejarse, a relajarse, sin ninguna prisa por llegar a
ninguna parte, solo van tranquilamente a pasear.
Existe también esa sensación única de que
se está en una ciudad, quizás es la cantidad de gente, o la especie de “caos
organizado” que hay, pero lo cierto, es que se puede percibir esa sensación de
que se está en una metrópolis. A pesar de ser valenciano, de haberme criado
allá, siento un cierto cariño hacia la ciudad de Caracas. Habiendo tenido la
oportunidad de ser estudiante de intercambio en Pennsylvania, EE.UU, tuve la
oportunidad de visitar la ciudad de Nueva York varias veces. La primera vez fue
una excelente experiencia, nunca antes había tenido esa sensación de estar en
una gran ciudad, en una metrópolis. Los rascacielos, los mares de gente o de
automóviles, cada vez que iba era una experiencia única. Luego, al haberme
mudado a Caracas a estudiar, acompañando a mi tío en unas diligencias, fuimos
hacia La California y paseamos y dimos vueltas por varias partes de la ciudad.
Una vez más pude tener esa sensación de que estaba en una metrópolis, ya no era
esa pequeña ciudad donde vivía, esto era Caracas, una verdadera ciudad. A pesar
de ya tener algo de tiempo viviendo aquí, de haber sufrido los terribles
embotellamientos que se pueden crear, escuchar todas las historias de
inseguridad que vive la gente, etc. Me sigue encantando vivir aquí, su clima,
sus paisajes, la sensación de estar en una ciudad. Pienso que lo mejor aún está
por verse, creo que cuando la situación en el país mejore Caracas tendrá aún
mucho más para ofrecer.

En conclusión, se puede notar que no todos
observamos la ciudad de la misma manera, como dije anteriormente, es muy
compleja la forma de percibirla, algunos habitantes tienen más prisa, otros van
con más calma, una calma relativa, ya que si comparamos el ritmo de vida
“calmado” de algún caraqueño con cualquier ritmo de vida de un pueblo del
interior podemos observar que, incluso los más calmados, parecen neuróticos
apurados al lado de otros habitantes de algún pueblo. Si bien hay muchos
elementos que difieren entre cada ciudadano hay uno que se mantiene en común
para todos ellos, este es el conjunto de elementos que sirven para crear el
imaginario local de cada persona, cada caraqueño por mas rápido o lento que
viva su vida se identifica con el Ávila, o la zona de la ciudad donde habita,
con las calles, los graffitis, con el
aparente caos que reina, que para cualquier persona ajena parece un completo
desastre, pero que para los ciudadanos es simplemente el día a día, la
organización en la desorganización.
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