El
tiempo pareciera llevar consigo un pincel con el que pintar una capa de polvo
sobre toda superficie que se cruce en su camino. Es un jardinero que poda y
siembra sentimientos en los recuerdos de las personas, añadiendo matices de
nostalgia por lo que no trasciende, o por lo que aun lográndolo se somete a
cambios irreversibles. Sin embargo, desde la impersonal perspectiva de las
cronologías históricas, el tiempo no tiene nada de jardinero, sino que se
percibe como un acumulador de hechos y transformaciones a los que el ser humano
acaba adaptándose o modelando a su conveniencia. Si una persona común y
corriente ve una estatua cualquiera, le dará una valoración distinta de la que
seguramente le dio en su momento el escultor que la creó. Las generaciones que heredan
el patrimonio reconocen la importancia de lo que ahora poseen, pero su memoria
no posee el recuerdo de lo que aquello significaba para sus predecesores.
El ser humano elige lo prestigioso y
hermoso para recordar y homenajear. Los monumentos se diseñan con grandiosidad,
con detalles rebuscados e imponentes, las placas deben tener letras grandes que
parezcan gritar “Léeme, soy importante, reconoce mi valor”. Buscan sobrecoger
al visitante, convertirlo en un turista que necesite pruebas que mostrarles a
sus conocidos para jactarse de haber estado ahí, contemplando la majestuosidad
de la estatua de alguna persona que en cierto momento hizo algo importante. El
turista quiere fotos donde aparezca su cara (generalmente sonriente) junto al
monumento, donde casi pareciera que el representado en la piedra está a su lado
y le agradece que lo visite.
A nivel mundial, las ciudades que
fueron sede de acontecimientos importantes prestan sus espacios para la
construcción de estos derroches de magnificencia con orgullo, y Caracas no es
la excepción. Es una ciudad plagada de bustos, de parques conmemorati-vos, de
expresiones de arte y arquitectura moderna, de los intentos de algunas personas
de convertirla en un lugar que satisfaga las expectativas de los turistas. En
1956, durante una férrea dictadura que sin embargo algunas personas mayores
suelen empeñarse en recordar con nostalgia, fue inaugurado en esta ciudad uno
de esos grandes proyectos: el Paseo Los Próceres.
Una
notable característica de ese paseo es la presencia militar. Es famoso por los
desfiles militares que se ejecutan a lo largo de la avenida, además de la ubicación
del Círculo Militar y la Academia Militar. No es de extrañarse, siendo que en
la época en que fue inaugurado, la sociedad venezolana tenía mucho respeto por
la carrera militar. Era un oficio que gozaba de un prestigio que ha ido
mermando con el tiempo, como si sobre él se extendiera una capa de polvo apenas
perceptible. Los jóvenes de hoy en día, las personas que viven al tanto de lo
más actual e innovador, ya no consideran la profesión militar de la misma forma
en que lo habrían hecho los jóvenes de cincuenta años atrás. De hecho, dice un
fragmento de la letra de una canción llamada “Los Cadetes” (que se hizo popular
alrededor de 1957) de la antaño famosa orquesta Billo’s Caracas Boys:
“La
marina tiene un barco, la aviación tiene un avión, los cadetes tienen sables y
la guardia su cañón, pero lo que más me gusta y me llena de emoción es que
pasen por mi casa en correcta formación.”
En contraste con la aceptación hacia la
carrera militar que irradia dicha canción, observemos ahora una de las
conclusiones de la ponencia “Percepciones sobre los Militares” de la
Conferencia Internacional “Fuerza Armada en Democracia” realizada en la
Universidad Católica Andrés Bello en el año 2004, en base a una serie de
encuestas llevadas a cabo entre los años 1992 y 2002:
“La
percepción de que las instituciones se politizan (como ha sido el caso reciente
con las fuerzas militares y con los medios de comunicación) daña su imagen y la
confianza de la población en ellas.”
Nos encontramos con una sociedad que
considera perdido el prestigio que una vez tuvo la carrera militar. Esto es un
indicador de que el venezolano promedio ya no busca identificarse con los
elementos que puedan asociarse a ese oficio. Por ejemplo, el caraqueño que un
día estaba caminando por el paseo Los Próceres y se le ocurrió intervenir uno
de los tanques colocados a los lados de la avenida garabateando un par de
palabras ininteligibles en pintura rosada no es alguien que le tenga afecto o
respeto a lo que ese vehículo de artillería representa, ni a las posibles
intenciones de quienes decidieron colocarlo a la vista pública.
La manera en que el caraqueño percibe
a Caracas está asociada a cómo percibe a Venezuela en general, y cosas
parecidas suceden con el valenciano, el margariteño, el maracucho, el andino,
etc. Lo que ven y viven en su día a día constituye la base de lo que opinan
sobre su país. Y resulta que lo que observan es que aquí “todo lo acaban”,
“nada lo cuidan”. De vez en cuando reconocen cuando nace una iniciativa de
conservar el patrimonio, como los trabajos de restauración a los que fueron
sometidas varias zonas del Paseo Los Próceres. Entonces tenemos un país donde
todos piensan que tenemos paisajes privilegiados, que tenemos ventajas
geográficas e históricas, que estamos llenos de riqueza cultural y artística,
pero sobre ellos flotan las nubes negras de la desidia en la que acaban cayendo
todas las cosas que valen la pena.
En toda Caracas hay ejemplos de
grandeza y de abandono. La ciudad capital es un reflejo en miniatura de lo que
se observa en otras ciudades del país, pues en toda Venezuela podemos ver
bustos mohosos, aceras adoquinadas antiguas cubiertas de basura, y
especialmente en las ciudades más grandes, indigentes durmiendo en los bancos
de las plazas públicas. ¿Es que nuestra sociedad está condenada a dejar que se
acumule el polvo en cada lugar bonito o importante históricamente junto a los
que transitamos? Pues no. Con borrar del subconsciente del ciudadano la idea de
“esto es culpa del otro, el desastre lo limpia otro” es suficiente. Y no sólo se
puede afirmar eso en relación a lo palpable, como lugares y objetos materiales,
sino también con las instituciones y otros conceptos más abstractos. Es posible
llevar a cabo trabajos de restauración del prestigio perdido, de la confianza
perdida. Es posible que la carrera militar vuelva a considerarse admirable por
los jóvenes que responden a patrones de consumo globales (especialmente si
tomamos en cuenta que a nivel mundial el servicio militar suele considerarse
digno de respeto). Existe una aspiradora que puede quitarle el polvo acumulado
con el tiempo a todas esas cosas que merecen ser aplaudidas de las épocas
pasadas, sin tener que volver a las cosas que no lo merecen.
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